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Odio los lunes y el laicismo de mentira

(Aviso preliminar: este artículo es más largo que un misterio)

Vamos a hablar claro, para que nadie se lleve a error. El laicismo y ateísmo de mentira, que proclaman día sí y día también la perversidad de todo razonamiento de naturaleza religiosa y la necesidad de que la Iglesia se meta dentro de su propio culo, basan toda su argumentación en un error, que es, por cierto, común a muchos de los que ellos mismos califican como integristas católicos (habrase visto mayor estupidez). El error de concepto es el de confundir a la Iglesia, y al catolicismo en general, con la Jerarquía eclesiástica.

Este error, por lo demás común a lo largo de la historia del cristianismo, fue la razón por la que, en el siglo XVI, los protestantes y los católicos se estuvieron peleando un rato largo y al final se pelearon del todo en el Concilio de Trento. Mientras que los protestantes defendían la supremacía de Jesucristo y de la propia conciencia, los católicos de la época querían colocar por ahí al Papa y a la doctrina y a la jerarquía eclesial. Curiosamente, desde entonces y hasta hoy, el tiempo ha venido dando la razón progresivamente a los protestantes. Uno de los ejemplos recientes más claros son los textos del Concilio Vaticano II (1962-1965) que, lejos de ser estrictos o cerrados, proclaman multitud de posturas y enfoques válidos, manteniendo siempre por encima a la propia conciencia. Tan lejos ha ido la unión entre católicos y protestantes que, de hecho, en 1999 se firma una Declaración conjunta sobre la Doctrina de la justificación, en la que se proclama que la salvación depende, por encima de cualquier otra cosa, de la fe en Jesucristo.

Como podemos ver, el enfoque aquí no está en el Papa –sin restarle méritos ni importancia, por supuesto- ni en los obispos, sino en el cristiano de a pie, con sus problemas y sus dilemas morales diarios. Mientras tanto, la Jerarquía, los de la fumata, están normalmente preocupados por el devenir ideológico –stricto sensu– de la cristiandad en el tiempo presente, o por muchas otras cosas de tipo administrativo, como corresponde a una institución con tanta historia detrás de sí. Debido a esto y, sobre todo, a la necesidad de la prensa del siglo XX de generar noticias constantemente, de provocar cambio en todo, se ha querido dar a la Iglesia, y al catolicismo, una imagen de inmovilismo que, no se engañen, no se corresponde en absoluto con la realidad. Fundamentalistas, los llaman. Si resulta que ahora tener principios es ser fundamentalista, díganme dónde hay que apuntarse.

Por poner un ejemplo. ¿Cuántos de ustedes recuerdan la clasificación entre pecados mortales y veniales y la consideran aplicable? Pues bien, toda esa idea quedó completamente obsoleta en el Concilio Vaticano II, que promulgó un nuevo texto en el que se establece una enorme y compleja gradación de la levedad o gravedad de las faltas según antecedentes, conciencia del sujeto, etc. ¿Cuántos de ustedes creen realmente que la Iglesia sigue considerando pecado a la masturbación y cosas similares? Hace mucho tiempo que se guarda silencio sobre este tema, como con cosas que tienen que ver con la fornicación y otros muchos asuntos de índole sexual. ¿Quiénes están hablando hoy en día por boca de los curas sobre estos y otros asuntos? Sus detractores, sus ateos y sus ministras de cultura, que por supuesto saben tanto del tema como de pelar pajaritos. De hecho, un error común entre la gente de poca formación católica –o sea, el 80% de este país- tiende a pensar en la Iglesia como una especie de cosa piramidal, como los Estados absolutistas, en la que arriba está el Papa y abajo la masa de imberbes creyentes a los que se nos puede tomar por el pito del sereno. Pues bien, según el Código de Derecho Canónico de 1983, la Iglesia tiene una estructura, digamos, reticular: cada diócesis particular puede y debe ser considerada, en sí misma, una Iglesia Universal, en la que no falta ninguno de los elementos necesarios para lograr el cometido de la Iglesia: la salvación del hombre.

¿Y por qué todo este desaguisado eclesial con los jerarcas? Pues por pereza, seguramente. A pesar de los procesos de democratización, que no debemos confundir en ningún momento con relativización, que ha sufrido la Iglesia católica en la modernidad, hay un vicio, un pecado casi más intelectual que físico, que es el cáncer actual de buena parte del catolicismo: la pereza. Al proclamar la no infalibilidad de las encíclicas, de las predicaciones, de las palabras de los obispos, e incluso del Papa y de los Concilios –son humanos, ¿no tienen, pues, derecho a equivocarse?- el peso de la decisión recae sobre el hombre individual. Ya no hay un catecismo, unos diez mandamientos infalibles a los que poder acudir como a la tabla del siete y poder decir: esto es bueno. O esto es malo. Es la cruzada diaria del católico moderno la de enfrentarse, prácticamente solo, a ciertos dilemas morales.

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Humor gráfico

nazarenos semana santa ateismo probablemente dios no exista

Esta imagen fue recogida durante la Semana Santa sevillana. Sobran las palabras, aunque agradeceríamos tus comentarios.


¿Probablemente Dios no exista, pero la publicidad sí?

Esta campaña viral ha conseguido engañar a todo el mundo

Esta campaña viral ha conseguido engañar a todo el mundo

A través de este tuiteo me entero de la realidad de la polémica campaña en favor del ateísmo que comenzó en enero en Barcelona para, posteriormente, extenderse a varias ciudades españolas.

Según cuentan en The Slogan Magazine, estos carteles podrían no ser más que el producto de una campaña de publicidad viral organizada por Complot, una escuela de creatividad publicitaria.

Estos carteles, cuyo mensaje fue esparcido por las ciudades en los costados de los autobuses, crearon mucha polémica tanto en los medios, como por parte de la Iglesia Católica y la Evangélica, que contraatacó con sus propios autobuses.

Si finalmente todo resulta no ser más que márketing, publicidad, esta campaña haría pensar en la naturaleza de los mensajes y la importancia e influencia que tienen en las personas y sociedades. Y más si descubrimos que todo no es más que un producto publicitario.

Nos damos cuenta de lo vulnerables que somos ante la persuasión y la manipulación de la publicidad y nuestra indefensión antes sus mensajes hace ciertas determinadas tesis propagandísticas.

Habríamos sido víctimas de un engaño ante el que tendríamos que quitarnos el sombrero porque el engaño es magistral.