Relato contra las multinacionales del ocio.
Por José Ramón Otero Roko para Sin Futuro.
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El tema de las descargas de internet sigue provocando una respuesta destructiva por parte de la industria que es inversa a la respuesta del público en este fenómeno. Si el cine comercial producía, y produce, consecuencias devastadoras en los espectadores, no se puede decir que el acceso libre y gratuito a los productos culturales, por mucho que duela a la industria, esté teniendo parecidos efectos en el común de la gente. Al contrario, la gente irá siendo más culta, y más crítica, a medida que acceda libremente a obras de mayor profundidad.
Por principio la estrategia del mundo de los negocios sigue siendo vertical. Donde las comunidades de internet alrededor de las descargas promueven foros de participación por directores, cinematografías, escuelas y obras singulares, en los que los ciudadanos participan, e intercambian sus reflexiones, las páginas de la industria por contra, en que estos contenidos se descargan previo pago, mantienen una concepción de la comunicación de los bienes intangibles en que el ciudadano es un consumidor que, en el mejor de los casos, juega a repartir puntuaciones a los films sobre los que alquila el derecho al visionado por encima de sus derechos constitucionales al acceso a la cultura y a la libertad de expresión.
La industria puede invertir millones de euros en rodar una película como “Agora” (Alejandro Amenabar, 2009) pero ni un sólo céntimo en construir unas sinergias alrededor del cine parecidas a las que desarrollaron, hace 2500 años, los griegos sobre todas las artes, la filosofía y la ciencia. Ni un foro, ni una comunidad, negando no sólo el intercambio de los bienes culturales, sino su discusión y puesta en valor por parte de sus receptores. De esa manera es completamente lógica la situación actual, adquirir estos bienes de forma gratuita tiene un valor añadido que las empresas del entretenimiento vacío no pueden, ni quieren, ofrecer.
Concluyo citando un texto ejemplar de estas dinámicas comunitarias. La crítica que un internauta, con el seudónimo “er_calderilla”, hacía en las páginas de una de las mejores webs de intercambio P2P, Hispashare (una página sin anuncios ni ánimo de lucro) sobre “La cinta blanca” (Das weisse Band – Eine deutsche Kindergeschichte, Michael Haneke, 2009). En ella se muestra la mirada de un espectador que evoluciona en el transcurso del texto a la condición de sujeto crítico de los productos culturales que elige. El desarrollo de su reseña marca con exactitud un inicio en que la obra se recibe con la disposición del consumidor acostumbrado por la industria, pero que más tarde desarrolla su conciencia como individuo autónomo que es capaz de analizar lo que contempla y juzgar el cine más allá del consumo y posterior tasado en el que educan las lógicas del sistema de las multinacionales del espectáculo. Donde todos los interesados pretendían que sólo hubiera una mercancía que aumentara sus rentas, el mercado descubre con pavor que los objetos de su negocio son personas y que estas se empoderan en los procesos colectivos de intercambio de creación artística y de conocimiento. Una victoria más de la causa del arte sobre la del dinero.
“Típico film sobrio, lento, extra-largo, que te hace dar hasta alguna cabezada, que da la sensación de que no lleva a ningún sitio ni tener una historia con una narración al uso donde algo tenga un inicio o se le de un final. Ni siquiera respuestas claras a las preguntas que te vas planteando durante el visionado. El director te traslada a poco antes del inicio de la I Guerra Mundial a la vida de un pueblo del norte de Alemania, para que observes todo lo que pasa y tras casi 2 horas y media sacarte de la misma sin más, dejando las conclusiones al espectador.(..)
Pero es de esas películas que poco a poco y a medida que la meditas más te gusta, más matices le sacas y de esas con mucha sutileza y que como digo que deja muchas conclusiones para el espectador y que dan ganas de comentarla y debatirla. (…)
Estamos en un pueblo donde cara a la galería todo es perfecto. La gente trabaja, casi todos para un poderoso Barón (aunque no por ello cruel o tirano) que tiene gran parte de las tierras, todos se saludan por las calles cordialmente, van a la iglesia a menudo, pero en cada casa se esconde un infierno.
Ultraconservadurismo, fanatismo religioso, malos tratos, incesto, vejaciones, abusos sexuales… son el pan de cada día puertas para adentro de este a priori pacífico pueblo y el director, como muchos comentan, sabe diseccionar al ser humano y su lado más oscuro. Su frialdad en la exposición es tal que los sentimientos brillan por su ausencia (…) Exactamente lo mismo pasa con las interpretaciones. Una vez reposada y meditada la película es otra cosa. (…)
Como decía al inicio de la crítica… es de esos films que a medida que pasan las horas más cosas buenas le sacas, más cavilas sobre la misma y más valor das a cada matiz y sutileza que cual perlas te va dejando el director. Se te olvida lo pesado que se te hizo verla y empiezas a darle valor a lo profundo de la obra (por ello nunca es bueno aunque yo mismo a veces peque de ello, dar críticas en caliente). De hecho, anoche, tras acabar de verla, dudaba si aprobarla. Meditándola con la almohada poco a poco iba creciendo la nota y haciendo esta crítica la cual sirve también de autoanálisis y reflexión. A cada párrafo que escribía iban subiendo décimas la nota y algunas cosas negativas mencionadas al inicio de la misma pierden valor e incluso alguna antes de enviar la crítica la he editado y cambiado. De un casi suspenso a ir saboreándola y plantarle un notable alto y tener ganas de verla de nuevo y, sobretodo, hincarle el diente cuanto antes al resto de la filmografía de Haneke. Es un ejemplo de la fuerza de un film tan complejo. Un 8.”
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