Elena: “¿Mi sueño? Lo típico, irme a vivir a un piso con mi novio”


Por Victor Navarro

Elena luce su uniforme de personal de limpieza sobre su ropa de calle. Ropa cómoda para una jornada de trabajo de unas diez horas, con poco tiempo para descansar. Limpiar las aulas, las habitaciones de la residencia, los pasillos y el comedor agota a cualquiera. Aunque si algo le sobra a esta mujer de treintaidós años es energía: “me encanta salir por ahí a bailar, pero a mi novio no. Por eso no salgo tanto”, comenta.

No siempre ha sido así. De pequeña, de hecho, prefería quedarse en casa a verse con la gente de su colegio. Cuenta que en su colegio, el típico centro escolar de barrio, no tenía amigos. Elena iba por su cuenta.

Suena a tópico, pero los niños son así de crueles. Y los no tan niños, también. Según avanzaban los cursos, la ausencia de amistad se convirtió casi en una enemistad. El clásico y terrible caso de bullying que acaba con la moral y la paciencia de cualquiera. Elena optó por hacer caso omiso, y se escapaba del colegio cuando lo necesitaba. Iba a casa.

A veces ignorar los problemas sirve, pero la carga se va haciendo cada vez más pesada y hay que desahogarla. Elena terminó por defenderse: “Les pegaba. Luego si se quejaban a los profesores, yo les decía que ellos me habían pegado a mi primero, y como yo era muy buena y sabían lo que había, no me decían nada” explica sonriente. Es muy buena, pero tiene genio, y no lo niega.

Este problema se solucionó cuando terminó su etapa escolar, pero roces como éste siempre dejan callos, si no cicatrices. “Me costaba mucho abrirme a gente nueva. No quería venir a este trabajo que tengo ahora porque me daba miedo empezar a conocer a gente. Ahora no me cuesta tanto, pero me cuesta”. No hacía falta que lo explicara. Su mirada, esquiva y vergonzosa, ya la delataba desde el primer momento.

Confiesa que no era buena estudiante. No se le daba bien, pero tampoco le ponía mucho interés. En clase iba a lo suyo, se sumergía en su imaginación, dibujaba y escribía. Escribía novelas y cuentos románticos, historias de esas que le encantan, como la saga Crepúsculo, que ha devorado ya varias veces. Por aquel entonces, le publicaron uno de sus relatos en la revista del colegio, “ahora no tengo tiempo para escribir, tengo mucho trabajo, pero todavía se me ocurren muchas ideas” se lamenta.

Elena se crió  con otros dos hermanos, la una, mayor que ella, y el otro, menor. Sus padres, cuenta, los criaron a todos por igual, sin hacer ninguna diferencia. Afirma que siempre han confiado en ella, la han educado para ser independiente y que siempre le han permitido decidir por ella misma. “Siempre he sido muy responsable y adulta”, dice, “y además nunca me han dado ataques de nada, si me hubieran dado, no me habrían dejado tanto”.

“Yo cuando voy por la calle no le hablo a ningún desconocido ni le hago caso a nadie.  Cuando salgo no le doy el número de teléfono a nadie ni la dirección a ningún desconocido” cuenta, para ilustrar ese sentido de la responsabilidad del que habla.

Y ha tomado siempre sus propias decisiones, con el permiso y el apoyo de su familia: un piercing, un tatuaje, su emancipación…

Elena comparte un piso tutelado con otras siete chicas. Se llevan bien. En la nevera, un papel organiza y reparte todas las tareas del hogar. Elena casi siempre se ocupa de la cocina.  Antes de entrar en el servicio de limpieza ha trabajado como cocinera, una tarea que le encanta, otra forma de creatividad. “Sobre todo me gusta hacer postres. Hago bizcochos, tartas…”, y con gran éxito, asegura.

Pero las aspiraciones de Elena son otras: “¿Mi sueño? Pues lo típico. Casarme, irme a vivir a un piso con mi novio…”, dice. Elena y su pareja llevan diez años juntos. Ella ahora está independizada en el piso tutelado, pero su novio vive en la casa familiar. Como tantas otras parejas jóvenes de este país, la crisis le pone freno a su independencia. Al menos ellos tienen trabajo.

La historia de Elena es una de esas que no se escriben ni se divulgan por ser corrientes, cotidianas, por seguir el patrón de lo que se considera “normalidad”. Una infancia complicada, una familia numerosa y trabajadora del extrarradio de Madrid, hermanos que discuten por tonterías y se reconcilian sin necesidad de pretextos, una estudiante sin mucho interés por las matemáticas que repitió un curso en el colegio antes de ponerse a trabajar, de ayudante de cocina primero, y de operario de limpieza después, una pareja joven que no encuentra piso… Son historias comunes, la del vecino, la del conocido, la del primo de un amigo. Son historias que no venden en la televisión ni en las revistas.

Por cierto, Elena tiene una discapacidad intelectual.


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