La encrucijada de la Avenida de Andalucía y la Ronda del Tamarguillo en Sevilla es un enjambre de semáforos enfrentados, una selva de tráfico ruidoso y sirenas por donde aborda la ciudad todo aquel que viene de Andalucía oriental.
En ese imbricado cruce de calles, avenidas y vías de servicio, cada semáforo lleva adherido, como si de un apéndice se tratara, un inmigrante de color que vende pañuelos a los conductores.
Sin embargo, en el que te recibe cuando llegas a la ciudad, te asalta la sorpresa de una anciana amable y sonriente, de raza blanca, pelo cano y mirada intensa, que transita la mediana enfundada en una vestimenta fluorescente y con el brazo levantado sosteniendo un paquete de pañuelos de papel. Es como si te invadiera de repente la visión de tu propia abuela, que ha abandonado la butaca de la terraza de su casa y se ha lanzado a la calle a buscarse unas perras. Se llama Avelina, una inmigrante georgiana de 69 años a quien todo el mundo conoce ya como “la abuela del semáforo”.
Avelina no es una vendedora de pañuelos al uso. No se acerca a la ventanilla de los vehículos nada más se detiene el tráfico para ofrecer su mercadería, permanece horas mostrándose mientras camina la mediana y sólo se aproxima a los coches cuando es requerida por su conductor.